miércoles, octubre 14, 2009

IV. El desasosiego de un sueño.

Dos de la mañana. Seguía sin poder dormir. El tic-tac del reloj de pared podría resultar insoportable a esas horas. El frío se colaba desde fuera del cuarto hasta mi alma. No tenía ni un ápice de sueño, posiblemente era el temor a las pesadillas. Quién sabe. Los últimos días habían estado llenos de ellas, yo pocas veces soñaba, y extrañamente ahora lo hacía y no de la mejor manera.
Aunque ya me escondía entre cobijas, el insomnio me levantó. Me puse a pensar en lo sucedido durante el día y en Jake. Cada abrazo, cada mirada, cada minuto transcurrido a su lado. Entonces me detuve cavilando en cómo mi corazón había comenzado a latir desbocado como nunca lo había hecho, en el momento en que me tropecé y caí sobre él. Quería creer era únicamente el nerviosismo del momento. ¡Ah! ¿Estaría enferma? ¿Sería la simple impresión? ¿Cómo saberlo? ¿Cómo saber algo que creo ya sé?
Sí, tantas veces podemos engañarnos sin ser consientes de ello.
Recordé el regalo que me había dado, busqué en los bolsillos de mi pantalón de mezclilla oscura. Ahí estaba, volví a mirarlo, un dije de corazón y de nuevo leí la inscripción.
Miré por la ventana, estaba la luna justo como la grabada en el dije. Era un escenario bellísimo. Y apenas algunas estrellas como sobrepuestas en el cielo, contándolas serían unas quince, pero las millones y millones que en realidad existen tal vez se habían cansado de brillar por esa noche. Debe resultar cansado ser luz siempre. Ni uno mismo puede serlo totalmente.
Divagaba un poco, el hecho de que muchos pedían deseos a las estrellas. Ellas nunca le han pedido nada a nadie.
También me amparé en una estrella esa madrugada, sabía que no siempre iba a ofrecerme su luz, pero sería su oscuridad lo que me haría amarla.
Por alguna razón, tuve un presentimiento, algún cambio ocurriría pronto. Creí fuertemente en ello. Con esa dulce ilusión, pero ilusión al fin de cuentas fui a recostarme de nuevo en la cama, poco a poco fui cayendo hasta conciliar el sueño.

Al despertarme, sólo vi a mi madre. Ella no sufría del almohadazo matutino, siempre tan perfecta. Yo en cambio bastaba mirarme al espejo para huir de él, y evitar preguntarle quién era la más bonita, por supuesto yo no. Al menos no por la mañana.
Me di una ducha y después de ponerme una bata salí a elegir mi atuendo.
—Buenos días.
—Hola mamá. ¿Dónde está papá?
—Tu padre fue a la casa de tus abuelos por algunas cosas que necesita, dijo que nos espera allá. Te vio tan dormida que prefirió adelantarse. Al parecer dormiste bien. Por cierto, Alice vino a dejarte la ropa muy temprano, la olvidaste anoche—. Dijo mientras señalaba hacia una gran bolsa negra— Deberías ponerte algún vestido para la cena de hoy.
—Alice no puede evitarlo ¿cierto? Ni yo podría evitarla. En fin, me pondré algo.
Tomé la bolsa y entré en mi cuarto, saqué uno por uno, eran tres: el largo hasta la rodilla (uno más corto haría que a mi padre se pusiera furioso y seguramente no le hablaría durante dos semanas a mi tía aunque fuera su hermana favorita) rojo, un rojo carmín. Pero liso totalmente y entallado. El siguiente era uno más casual, tenía flores de estampado y la tela de color azul. Más bien parecía gabardina. El último era uno un poco más largo, llegaba a la pantorrilla, era blanco, algo pomposo pero muy lindo, adornado con brillantes, como lentejuelas. Fue por ese último por el que me decidí. Preferí llevar tenis a llevar zapatillas, lo sé, no debía ser lo más elegante ni lo que Alice consideraría apropiado para combinar con un vestido pero la comodidad era mejor que todo lo anterior. De cualquier forma me llevé unos zapatos sin tacón combinables con el vestido, terminaría cambiándolos al menos lo que durase la reunión. Busqué en el closet algún suéter, o lo que fuera bueno,  y gracias al cielo pude hallar una rebeca color coral en un estilo vintage.  
Salí d mi cuarto y enseguida mi madre comenzó a halagarme. Bueno, cualquier madre hace lo mismo, pero al menos me hacía sentir bien.
Mientras caminábamos por el bosque, yo contaba las hojas caídas.  Dos veces me detuve para recoger unas que parecían estrellas, las metía entre un libro que se hallaba en mi bolso. Ahí tenía otras más. Me gustaban demasiado y al mismo tiempo me ponían melancólica. El otoño hace justo el mismo efecto. El otoño poco a poco se dejaba entrever.
El sol comenzaba a salir envolviendo las copas de los arboles con su luz. Los abrazaba, y los árboles parecían abrirle también sus brazos…

Al llegar a casa mi tía Alice al verme con el vestido se puso eufórica, demasiado. Hizo ademán de alegría. Sí, esa era mi tía.
Mi padre del otro lado de la habitación me miró con los ojos como platos.
—Nessie ¿qué rayos traes puesto? —Dijo mi padre.
—¿Qué parece? Es un vestido, papá.
—Pues... te ves divina— Por un momento había pensado que me iba a regañar o me iba a decir que me pusiera otra cosa, sentí un alivio al saber que no fue así.— Tenía que ser, te pareces tanto a tu madre. Son lo más bello que he visto.
El resto del día mis padres les platicaron del viaje a mis abuelos, de mí también. Mis tíos Emmett y Jasper luchaban presumiendo su fuerza y mis tías Rosalie y Alice miraban algunos programas por televisión, relacionados con la moda por supuesto. Del tipo en que ayudan a vestir a las personas adecuadamente, algo en lo que ellas me usaban de la misma forma, algo que a mí no me hacía falta, no porque ya supiera cómo hacerlo, sino porque no me daba curiosidad saberlo.
Yo era la única que no hacía más que mirarlos, me sentía como una pieza de un rompecabezas diferente, no encajaba. Estaba en el mismo mundo, y pertenecía a otro tan distinto.
La tarde pasó lentísimo, subí a la recámara y hojeé unos libros, leía algunos fragmentos de varios poetas. Leía algunos cuentos fantásticos de Poe.
Ya en la tarde fuimos directo a la reserva, estaba muy emocionada por ver a mis amigos. A los verdaderos, a los únicos. Jake estaba sentado sobre un tronco al lado de Seth y Quil. Claire también se encontraba ahí, se llevaba tan bien con Quil, era sorprendente como encajaban perfectamente. Se tenían un gran afecto, y aunque Claire era más pequeña que él, la diferencia no se notaba, pues eran grandes amigos. Ella tendría casi la misma edad que yo, tal vez pudimos haber sido igual de buenas amigas de juegos de infantes, pero mis múltiples problemas físicos lo impedían. Nunca disfrutaría realmente de mi niñez, y yo que no hubiese querido crecer nunca, que hubiese querido que mi padre me cargara en sus brazos más tiempo, que me enseñaran más cosas, que los fastidiara con mis inocentes preguntas, hubiese querido más cuentos para dormir, más canciones de cuna. Lo hubiese querido.
No aceptar las cosas como son no era algo debido, no debía mostrarme débil ante la vida.
Escuché cerca la voz de Jacob, pero no quise interrumpirlo, me entrometí sin embargo en su plática.
—No creo que sea el momento— dijo Jake con un aire preocupado, aún no notaba nuestra presencia. Estábamos a unos 10 metros alejados de él, pero podía oírlo a la perfección.
—Es tu decisión, sabrás cuando sea el momento indicado— Opinó al respecto Quil.
—No deberías perder más tiempo, es lo suficientemente madura— le dijo Seth.
—No sé… Debo hablar con Edward primero… Tiempo, ella lo tiene de sobra y es lo que importa. Da igual qué deseé hacer con él. Sólo… ya no quiero hablar más de este tema— insistió Jake, dio media vuelta y nos encontró caminando hacia donde él estaba— ¡Nessie!
Todos los presentes voltearon a verme, esbocé una sonrisa sin que eso me importara y apresuré el paso hasta terminar corriendo.
—¡Hola!— dijeron Seth y Quil mientras yo abrazaba a Jake, era ya un hábito y una paz interna. Tal vez los demás pensaban que debería dejarlo respirar por lo menos, pero sólo quería estar con a su lado, ahora que recién lo volvía a tener de vuelta. Era completamente yo, no tenía que fingir de nada. Y él también era completamente él. Siempre resulta complicado abrirte a las personas, pero con él no sucedía aquello.
—Hola a todos— respondí después de darme cuenta que seguían ahí mirándonos a la espera de que termináramos nuestra melosa bienvenida.
—¿Cómo amaneciste?— me cuestionó Jake con una sonrisa fascinante. Lo que la hacía tan fascinante era su sinceridad.
—Bien, estaba aburrida, no tenía con quién hablar en casa.
—¿No? ¿Y toda tu familia? — preguntó extrañado.
—No es lo mismo, prefiero charlar contigo, no tuve mucho que hacer mas que dormir y leer. ¡Ah! Y justo apenas me di cuenta de que debo comprar más óleos, ya no tengo ningún color.
—Cuando quieras podemos ir a Port Angels a conseguirlas.
—Gracias.
—Tenía planeado ir, pero mi padre me pidió que lo ayudara con los preparativos. La cocina fue toda mía. En realidad fue en más cosas, no sólo la comida, creo que Billy se aprovecha de mí.
—Pudiste haberme llamado, con mucho gusto hubiera venido a ayudarles.
—No quiero molestarte. Además tú eres la invitada. Ningún invitado hace ese tipo de cosas.
—Para mí no es molestia, molestia es que hagas justo eso. Decirme que no quieres molestarme. Sabes cuánto me encanta venir— sonreímos los dos.
—Ehm… ¿No piensan entrar? — nos interrumpió Quil apenado.
—Claro, vamos Nessie— dijo Jake tomando mi muñeca suavemente,  después camine hacia la puerta pero me detuvo antes de entrar.
—¿Pasa algo Jake? —pregunté sin entender por qué no entraba de una buena vez y por qué me miraba de esa manera, como si fuese lo más bello sobre la tierra.
— No te lo había dicho pero qué linda estás. Hoy especialmente mucho más.  
—Ah…gracias— me sorprendí ¿Enserio estaría tan linda como decía o solo lo decía como un cumplido? Los demás lo decían y yo no lo creía.
—Lo digo enserio— me aseguró, y le creí esta vez.
—Entonces, entremos ya. Que vean lo linda que estás.
La noche transcurrió rápidamente, cenamos, lo normal. Quil y Seth terminaron de cenar muy rápido y repitieron porción. Yo hice lo mismo, la comida que Jacob había preparado era exquisita. Fue todo un banquete, yo comí lasaña y quedé encantada. En verdad era bueno cocinando, yo tendría que practicar al menos.
Por lo demás Billy y Charlie contaron anécdotas de sus días de pesca, en una ocasión Billy empujó a mi abuelo al agua, algo que nos causó mucha risa a todos. Jake charlaba con sus amigos de la manada, Claire también estaba ahí jugando y yo no hacía más que mirar a todos hablar. Me perdía entre una y otra plática. Me acomodé en el sofá verde, nadie estaba sentado en él, seguía escuchando cada palabra, todo se dispersaba. Me quedé dormida. Fue entonces cuando comenzó mi sueño o quizá pesadilla lo definiría mejor…

Me hallaba en un lugar obscuro, no podía distinguir siquiera dónde era tal, no había luz alguna, me rodeaba un silencio que daba escalofríos. Había sólo vacío y soledad infinita. Era como un abismo.
No podía ver ni mis manos a pesar de que las pusiera justo delante de mis ojos. Tuve miedo, sentí horror a la idea de estar sola en la inmensa obscuridad. Grité una y otra vez hacia la nada. Me senté lentamente y abracé mis piernas en un acto de desesperación, respiraba lento y me ponía a cantar entre labios algo irreconocible. Nadie, absolutamente nadie llegó, ni siquiera oí una voz. Pasaron minutos, horas tal vez.

—Nessie…— supe que era Jake, alcé la vista y volteé hacia todos lados hasta que vi estaba a unos cuantos metros de mí, pude distinguir  su rostro. Luego le perdí.
—¡Espera!— corrí hacia él, pero no volteó en ningún momento. O no estaba ya… De pronto apareció de nuevo. ¿Qué le ocurría? Tal vez no me reconocía, era tan indiferente. En la vida real él jamás hubiese hecho tal, dejarme ahí.
Él seguía caminando lentamente y yo corriendo tras él pero no pude alcanzarlo jamás, yo estaba corriendo rápido, cada vez más rápido pero daba igual, no me movía, seguía en el mismo sitio. No importó el tiempo que siguiera recorriendo. Y desapareció…
—¡Por favor regresa!— imploré entre sollozos pero no volvió.
Me rendí, caí de rodillas al suelo y no paré de llorar pronunciando sólo su nombre. Un nombre que ahora más que nunca sentía lejano.

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